Suena bastante más profundo de lo que realmente fue (en realidad no fue nada profundo). Tocaba exponer sobre falacias, y por alguna razón a mi equipo compuesto por otras 7 personas se le ocurrió que falacia = mensajes subliminales. Y eso llevó a que la mitad de la información recabada fuera que si pones las canciones de Lady Gaga al revés no invocas a ninguna deidad sumeria hambrienta de sangre de tiernos infantes. Aunque dio la casualidad que dos de los compañeros del equipo eran metaleros, y eran mis amigos Yessi y Rubén (alias "otaku" solo por tener el pelo teñido): ya que los otros del equipo habían desperdiciado largas horas de sus vidas en recopilar evidencia fuertísima sobre otros artistas pop aparentemente satánicos (sic), nosotros decidimos darle el toque a nuestra exposición poniendo un poco de música en la que resultara más evidente el elemento del shock y provocar la sensibilidad de algunos sectores.
Después de una tediosa meditación de alrededor de cinco minutos y medio, nos propusimos proyectar algunos videos musicales de Dimmu Borgir. Personalmente pedí que pusiéramos Sorgens Kammer del II simplemente porque es mi favorita de la banda, pero mis camaradas apostaron por mejor poner The Sacrilegious Scorn. El pequeño detalle es que entre los demás sujetos del salón de clases, se encontraba una pequeña facción de cristianos a los que no les agradó mucho la idea, y entre ellos tapándose los oídos y mirando a otro lado y la cara de la profesora, nuestro miniequipo de metaleros quinceañeros provocadores estaba satisfecho con la hazaña a la vez que se nos pedía detener la proyección cuanto antes.
Viéndolo a diez años de distancia, en realidad ni siquiera teníamos un punto qué probar más allá de querer poner a Dimmu Borgir (la otra opción era Gorgoroth, pero los descartamos porque pensamos que Dimmu sería más digerible) y hacernos los chistosos. Y para mí, oveja gris jugando a ser negra, fue un poco más satisfactorio ese gesto infantil, porque repudiaba al grupo de cristianos. Y no porque fuese yo la adolescente descarriada y atea que probablemente parecía ser, sino porque como buenos cristianos, iban por ahí diciéndole a la gente qué hacer o qué no hacer para hacerse nuestros salvadores.
Uno de ellos, llamémosle E, compartía conmigo el gusto por un videojuego y por la penosa moda de ser grammar nazis, lo que de alguna manera nos hizo tal vez no amigos en primera instancia, pero sí al menos compañeros de pláticas entre clases. No en pocas ocasiones me increpó por vestir de negro, por disfrazarme de bruja en Halloween y por no creer en Dios. Creo que en esas épocas yo misma me definía como atea, agnóstica o lo que sea, pero comencé a decir de broma que era satanista debido a que así se me etiquetó por mi apariencia e introversión y usaba con gusto un collar de Baphomet que Yessi me regaló. El choque cultural que tuve con los niños fresas cristianos de colegio privado fue divertido.
El resto del grupito de cristianos de mi salón me daba arcadas. Vestir de negro era malo, malo, malísimo y meritorio de las llamaradas más crueles del averno, pero no así lo fue expulsar a E de su grupo porque se descubrió bisexual. No sabía que por no ser heterosexual no se podía continuar amando a Dios y leyendo sus enseñanzas para discutirlas con otros creyentes, pero finalmente yo no podía opinar por ser el diablo.
Mi desdén por las dinámicas y actividades grupales que solían proponer los cristianos y otros afines a ellos fue grande, pero una vez que ellos decidían no ser el centro del universo y que se nos incluía a los demás, puedo decir que fueron días agradables, aunque el mérito es más bien para aquellos pocos compañeros y compañeras que prefirieron ver más allá de mi vestimenta, gustos musicales y mi poca voluntad para entablar conversaciones que pude dejar un poco la coraza con la que me armé saliendo de la secundaria. Hasta unos años después me enteré que hicieron un juego de lotería usando a todos los del grupo como los personajes, y sobra decir el puesto que me tocó. Ojalá me hayan puesto un trinche bonito.
Recordé todo esto el semestre pasado, durante una plática en la que mis compañeros de laboratorio comentaban a qué edad se descatolizaron (sic), y en un punto me miraron a mí para que comentara la edad en la que me decepcioné de la religión.
Las caras que pusieron cuando vieron que saqué de mi bata un rosario con un dije de la Virgen de Guadalupe fueron jocosas.
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