Hoy fue una tarde de caminar por el Jardín Botánico luego del laboratorio, pues el viento y la nubosidad resultaron propicios.
No tuve la misma sensación de asombro que me sacudió la primera vez que lo visité, ese leve dejo de misticismo y curiosidad. En esta ocasión no tuve dolor físico y pude explorar por donde se me dio la gana (y con mejor calzado para ello). Se veía como si ya lo hubiese visto mil veces, como si fuese cotidiano andar entre sus caminos de piedra volcánica.
Creo que he perdido la capacidad de asombro.
Seguí caminando con desánimo hasta hallarme casi cara a cara con el Zacatepetl y toda posible familiaridad se esfumaba poco a poco.
Más tarde pasé por el Ágora de Filosofía y Letras, un lugar que en su momento me albergó y proporcionó momentos agradables y que ahora se vuelve solitario y aborrecible. Mi grupo de amigos de ese entonces ya no existe, mi trabajo de esos días tampoco, lo que me daba tranquilidad durante esas épocas ya no me reconforta y en sí todas esas vivencias me resultan ajenas.
He pensado en mi poca habilidad para socializar y en lo rápido que consigo desesperarme de la convivencia. Creo que todo ha sido mi culpa.
Hace 16 años fuimos Gaby y yo a la tintorería a recoger una colcha. Efemérides que a nadie le importan.
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