Hace ya cuatro años tomo mis aclamados chochos de depresión, y por ello no puedo evitar intentar hacer una comparativa de la situación en ese momento con la que transcurre hoy.
Creo que mis ánimos por curar mi maltrecha psique fueron a partir de pláticas con Moshe y con Val a raíz de sus propias experiencias con los tratamientos psiquiátricos. Y principalmente porque una vez más ese estancamiento anímico en el que nada podía llenarme, si es que alguna vez algo pudo hacerlo.
Por fin estaba cursando laboratorios interesantes en la facultad que había deseado y después de un tiempo había podido hacerme un tiempo para regresar a ballet, y sin embargo el desánimo me aplastaba cada vez más. No era tristeza, no era vacío, no era desesperanza ni dolor. Sencillamente era la sensación de asco y desdén por algo que de otra forma debería resultar satisfactorio o siquiera interesante no vale la pena mencionar a alguien que hubiese destacado en esos ayeres por sus singulares aportaciones a mi bagaje de recuerdos.
Después de un mes de tratamiento pude tener ganas de limpiar a profundidad la casa, ver películas y series, cuidar a Cachetes y gozar del encierro propio de la pandemia. También me volví mucho menos irritable y la ira casi se desvaneció.
Hoy, 3 de marzo de 2024, puedo notar que cuando inicié el tratamiento estaba en un mejor lugar que en el que estoy actualmente. No quiero decir que no haya servido, al contrario: de estar en mi situación actual apenas comenzando el tratamiento, ya hubiese ido a beber raticida. Dadas las circunstancias que me rodean desde hace cuatro meses puedo asegurar que ahora todo es despreciable, cansado, molesto y sin valor implícito. Dejé de tomar la fluoxetina alrededor de un mes pero la retomé hace una semana y francamente no sentí cambio alguno, pues no sentí nada relacionado al síndrome serotoninérgico (posiblemente porque dejé la quetiapina trabajando intermitentemente mientras tanto) y porque de cualquier manera siento que estoy funcionando en automático. Algo me hace falta.
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