Gordito

 Siempre voy a contar con mucho gusto la historia de Toby. Llegó a casa en marzo de 2013 luego de haber sido hurtado por una prima de mi mamá de una casa donde era maltratado. El gordito nació ahí, y mientras era cachorro fue querido, pero no más luego de que comenzó a cavar hoyos en el jardín, por lo que fue encadenado al patio sin importar las inclemencias del Sol, la lluvia o el frío. Después se hartaron y lo botaron a la calle, donde los niños de la cuadra llenaban botellas con piedras y se las arrojaban. Claramente, tampoco tenía alimento y así es como aprendió a caminar hasta el mercado de la Cuchilla del Tesoro para pedir comida en las fondas. Sus "dueños" hablaban de mandarlo a dormir porque ya no lo querían y ahí es cuando llegó el ofrecimiento de la ya mencionada prima de mi mamá: ¿quieren un perro? La respuesta afirmativa fue inmediata y al cabo de unos días Tobías había sido robado del exterior de su antigua casa y poco después estaba llegando a mi casa conmigo y con mi mamá: su nueva casa.


Esa tarde yo estaba en la sala cuando de repente llegaron las visitas y entró corriendo a toda velocidad un trapeador gris que de inmediato se dirigió a mí y se colocó en dos patitas para olerme y pedirme acariciarlo. De Tobías pasó a ser Toby y tras una curiosa visita al veterinario (y un merecido baño), descubrí que Toby era un perro chonchito y blanco. El doctor dijo algo como "¿De verdad vivía en la calle? Está bastante macizo". Esa tarde regresé adolorida a casa por cargar a esa bola enana de carne de 8 kg apasionado por jugar con pelotas y botellas.


De inmediato el gordito se volvió mi cómplice: si había algo en el plato que a mí no me gustaba, bastaba con llamarlo para que él gustoso llegara a devorarlo. En los momentos en los que estaba triste y me veía llorar o con desánimo, no pasaba mucho tiempo sin tener un perro gordo y lanudo recargado a mi lado. De tan lonjudo, se me imaginaba una morsa, mi morsota. Esa morsa de tierra no dudaba en acurrucarse junto a mí y darme consuelo mientras a cambio él recibía cariñitos en el lomo y la cabeza.

Con el tiempo llegaron los demás animalitos y el marranito los recibía bien, ya que le gustaba jugar. Su disgusto por los niños seguía intacto.


En las épocas en las que me vi sumida en grandes tristezas, mi mayor consuelo era abrazarlo y decirle "mi morsa, mi gran morsa" hasta calmarme. Toby siempre movía la colita al escuchar mi voz y buscaba mis manos para tallarlo. En épocas de frío yo era su almohada predilecta y no pocas veces desperté para que lo primero que viera fuese un lomo blanco o su narizota pegada a mi cara. 

Con el paso de los años dejó de jugar con la pelota, sus dientes se cayeron y buscaba echarse al Sol por horas. Ahí comencé a pensar en que mi gordito no iba a ser eterno, y que nunca iba a estar lista para despedirme de un perrito tan noble, gracioso y cariñoso.

No lo estuve y no lo estoy. Doce años con mi panzoncito terminaron este 24 de abril por la noche.

Soy la clase de persona que no correría ni por su vida, pero por el gordito hacía lo que fuera: un día de 2014 se escapó a las 2 de la mañana y fui corriendo descalza detrás de él por toda la colonia, pues no me podía permitir que mi estopa viviente se fuera así nada más. El año pasado durante la celebración de San Antonio Abad, consideré llevarlo a bendecir y mi idea era llegar un poco tarde a la misa pero ir tranquilos para que no se agitara mi viejito. Pasó todo lo contrario: como si supiera a dónde íbamos, me llevó casi arrastrando con la correa por siete cuadras en menos de cinco minutos y luego permaneció quietecito durante la misa (afortunadamente sí alcanzó su bendición).


Cada que veo jitomates pienso "voy a llevar dos para mi panzón" porque le gustaban mucho, tal vez le recuerdan a sus tiempos de pedinche en mercado.


Mi gordito, panzón, marranoski, pochipochi, morsota: tres días sin ti y siento que el mundo se me viene encima, tengo un vacío irreparable. Te merecías irte tranquilo, y me odio por no haber hecho lo suficiente para darte esa partida pacífica. Fuiste un gran perrito, guardián, amigo y comediante involuntario con tus infinitas payasadas. No es coincidencia que minutos después de que tu corazoncito se detuvo comenzara a llover: el día que yo había perdido toda esperanza, me recibiste dándome besitos en las manos y moviendo la colita. Incluso en tus últimos momentos, te levantaste al escuchar mi voz.


Siempre te llevaré en mi corazón, Panzón. Gracias por haberme permitido cuidarte y cantarte canciones ridículas. Te voy a extrañar toda la vida, Peabody. 🤍☁️✨🕯️





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